POR QUÉ ? ? ?
Cuentan
que, cuando al torero Rafael Gómez
Ortega, «el Gallo», le presentaron a Ortega y Gasset como el más eminente
filósofo español, el matador pidió al filósofo que le explicara en qué
consistía su profesión. «Los filósofos –le dijo éste- se dedican a pensar, a
preguntarse qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos». Asombrado, el Gallo
contestó: «Hay gente pa tó».
En efecto, a los filósofos les da por hacerse preguntas raras como
¿Quiénes somos, qué pintamos aquí, cuál es el sentido de la existencia y cosas
así, pero si hay una pregunta que muestra perfectamente la perplejidad con la
que el filósofo se enfrenta a su tarea es la siguiente: ¿Por qué? ¿Qué sentido
tiene todo esto? ¿Por qué vivimos, porqué morimos, por qué el mundo es así, por
qué nos preguntamos tantas veces “por qué”?
Pues
bien, hace poco me contaron que en un examen de filosofía de fin de carrera, se planteó a los
futuros licenciados esta única y trascendental pregunta “¿Por qué?” En eso
consistía todo el examen “¿Por qué?” y los alumnos tenían simplemente que
desarrollar esa cuestión como quisieran, aplicando para ello todos los
conocimientos aprendidos durante los estudios.
En
fin, dicen que la nota más alta la obtuvo un alumno que a esta lacónica pregunta de “¿Por qué?” respondió con
una respuesta no menos lacónica: “¿Por qué no?”
No
sé si la anécdota será cierta o se trata de un mero chascarrillo, pero aunque
así fuere, nos deja unas cuantas lecciones que podríamos comentar.
En
primer lugar, la lección de la brevedad. Hay muchos filósofos que se lían dando
vueltas a las ideas, como si la profundidad del pensamiento residiese en el
retorcimiento y la obscuridad de las frases. Y ya Decía Gracián que “Lo bueno
si breve, dos veces bueno” o, como se reescribe ahora, “Lo bueno, si breve, dos
veces breve”. Pues bien, nadie negará que la respuesta a una pregunta tan breve
y también tan abierta fue una respuesta igual de breve e igual de abierta.
En
segundo lugar, la retranca. Por dos motivos: primero, porque muy al estilo
gallego y muy al estilo también filosófico responde a una pregunta con otra
pregunta. No en vano dicen que la filosofía
se centra más en las preguntas que en las respuestas. Y segundo, porque
si el tribunal que puso la prueba pudo recurrir –que no lo creo- a una pregunta
corta y cómoda, que no daba ningún trabajo y que a cambio exigía una respuesta
larga y trabajosa, el alumno en cuestión pudo devolverle con la misma moneda,
dando una respuesta corta que era una verdadera carga de profundidad.
Y
esta es la tercera lección, la de la profundidad. Porque considero que la
pregunta, bajo su aparente simplicidad, era una pregunta muy profunda y la
respuesta no lo fue menos.
Veamos.
En realidad, la filosofía, como ya hemos dicho, es la ciencia de los “porqués”,
esto es, busca las causas de todo lo que existe: Por qué existimos, por qué
somos lo que somos; por qué pensamos y desvariamos; por qué amamos y también
odiamos; Por qué existe Dios, por qué no existe, porqué no sabemos si existe o
no existe; por qué no somos nosotros dioses y tenemos que morir.
Desde
los presocráticos que se preguntaban por los últimos elementos constitutivos de
lo real, esto es, por el origen del mundo hasta los filósofos modernos que,
como Marx, indagan en las causas de la desigualdad o que, como Freud, buscan
las raíces inconscientes de nuestra peculiar forma de actuar, todos los
filósofos no han cesado de preguntarse ¿por qué?
Todos
los pensadores a lo largo de la historia intentaban buscar argumentos, razones y
recurrían a la lógica para explicar todos los porqués que se les pusieran por
delante y esta tendencia se agudizó con Descartes y todo el racionalismo. Hasta
la voluntad, de la que hablaban los filósofos antiguos, se entendía como un
acto conciente, regido de alguna manera por la razón y los principios de la
ética.
Pero
la filosofía moderna es algo más humilde: Se da cuenta de los límites del
conocimiento humano, de las poderosas fuerzas sociales que regulan nuestra
vida, de las razones inconscientes de nuestras actuaciones más o menos
voluntarias. Por eso, la respuesta “Por que no” que da el alumno es tan
brillante. Porque, renuncia conscientemente a buscar razones o a hacer
silogismos sobre las causas de todo lo que existe, nos sucede o nos espera, y en una actitud entre
agnóstica y escéptica, pero siempre voluntarista y optimista, se limita a decir
¿Por qué no? Por qué no vivir, por qué no luchar, por que no amar…? ¿Por qué no
intentarlo?
En
una palabra, la pregunta “¿Por qué?” va al origen de las cosas y se centra principalmente
en el pasado. En cambio, la respuesta “Por qué no?” mira más bien al futuro, a
lo que está en nuestras manos, a lo que podemos, dentro de nuestra pequeñez, hacer.
Ya decía Marx que la filosofía anterior se había centrado en explicar el mundo
y que era hora de empezar a transformarlo. El alumno de la anécdota parece
situarse más bien en esta nueva perspectiva. Y por eso su breve respuesta es
doblemente buena.
Jesús Grisaleña
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