martes, 28 de junio de 2011





POR QUÉ ? ? ?



Cuentan que, cuando al torero Rafael Gómez Ortega, «el Gallo», le presentaron a Ortega y Gasset como el más eminente filósofo español, el matador pidió al filósofo que le explicara en qué consistía su profesión. «Los filósofos –le dijo éste- se dedican a pensar, a preguntarse qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos». Asombrado, el Gallo contestó: «Hay gente pa tó».

En efecto, a los filósofos les da por hacerse preguntas raras como ¿Quiénes somos, qué pintamos aquí, cuál es el sentido de la existencia y cosas así, pero si hay una pregunta que muestra perfectamente la perplejidad con la que el filósofo se enfrenta a su tarea es la siguiente: ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué vivimos, porqué morimos, por qué el mundo es así, por qué nos preguntamos tantas veces “por qué”?

Pues bien, hace poco me contaron que en un examen de filosofía de fin de carrera, se planteó a los futuros licenciados esta única y trascendental pregunta “¿Por qué?” En eso consistía todo el examen “¿Por qué?” y los alumnos tenían simplemente que desarrollar esa cuestión como quisieran, aplicando para ello todos los conocimientos aprendidos durante los estudios.

En fin, dicen que la nota más alta la obtuvo un alumno que a esta  lacónica pregunta de “¿Por qué?” respondió con una respuesta no menos lacónica: “¿Por qué no?”

No sé si la anécdota será cierta o se trata de un mero chascarrillo, pero aunque así fuere, nos deja unas cuantas lecciones que podríamos comentar.

En primer lugar, la lección de la brevedad. Hay muchos filósofos que se lían dando vueltas a las ideas, como si la profundidad del pensamiento residiese en el retorcimiento y la obscuridad de las frases. Y ya Decía Gracián que “Lo bueno si breve, dos veces bueno” o, como se reescribe ahora, “Lo bueno, si breve, dos veces breve”. Pues bien, nadie negará que la respuesta a una pregunta tan breve y también tan abierta fue una respuesta igual de breve e igual de abierta.

En segundo lugar, la retranca. Por dos motivos: primero, porque muy al estilo gallego y muy al estilo también filosófico responde a una pregunta con otra pregunta. No en vano dicen que la filosofía  se centra más en las preguntas que en las respuestas. Y segundo, porque si el tribunal que puso la prueba pudo recurrir –que no lo creo- a una pregunta corta y cómoda, que no daba ningún trabajo y que a cambio exigía una respuesta larga y trabajosa, el alumno en cuestión pudo devolverle con la misma moneda, dando una respuesta corta que era una verdadera carga de profundidad.

Y esta es la tercera lección, la de la profundidad. Porque considero que la pregunta, bajo su aparente simplicidad, era una pregunta muy profunda y la respuesta no lo fue menos.

Veamos. En realidad, la filosofía, como ya hemos dicho, es la ciencia de los “porqués”, esto es, busca las causas de todo lo que existe: Por qué existimos, por qué somos lo que somos; por qué pensamos y desvariamos; por qué amamos y también odiamos; Por qué existe Dios, por qué no existe, porqué no sabemos si existe o no existe; por qué no somos nosotros dioses y tenemos que morir.

Desde los presocráticos que se preguntaban por los últimos elementos constitutivos de lo real, esto es, por el origen del mundo hasta los filósofos modernos que, como Marx, indagan en las causas de la desigualdad o que, como Freud, buscan las raíces inconscientes de nuestra peculiar forma de actuar, todos los filósofos no han cesado de preguntarse ¿por qué?

Todos los pensadores a lo largo de la historia intentaban buscar argumentos, razones y recurrían a la lógica para explicar todos los porqués que se les pusieran por delante y esta tendencia se agudizó con Descartes y todo el racionalismo. Hasta la voluntad, de la que hablaban los filósofos antiguos, se entendía como un acto conciente, regido de alguna manera por la razón y los principios de la ética.   

Pero la filosofía moderna es algo más humilde: Se da cuenta de los límites del conocimiento humano, de las poderosas fuerzas sociales que regulan nuestra vida, de las razones inconscientes de nuestras actuaciones más o menos voluntarias. Por eso, la respuesta “Por que no” que da el alumno es tan brillante. Porque, renuncia conscientemente a buscar razones o a hacer silogismos sobre las causas de todo lo que existe, nos sucede  o nos espera, y en una actitud entre agnóstica y escéptica, pero siempre voluntarista y optimista, se limita a decir ¿Por qué no? Por qué no vivir, por qué no luchar, por que no amar…? ¿Por qué no intentarlo?  

En una palabra, la pregunta “¿Por qué?” va al origen de las cosas y se centra principalmente en el pasado. En cambio, la respuesta “Por qué no?” mira más bien al futuro, a lo que está en nuestras manos, a lo que podemos, dentro de nuestra pequeñez, hacer. Ya decía Marx que la filosofía anterior se había centrado en explicar el mundo y que era hora de empezar a transformarlo. El alumno de la anécdota parece situarse más bien en esta nueva perspectiva. Y por eso su breve respuesta es doblemente buena.
Jesús Grisaleña

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